11 de febrero de 2013

De veranos


De pronto y sin avisar, entró por la puerta la disyuntiva, la pregunta. ¿Esto vale o no, la pena?
Y así se sucedió una serie de frases, razonamientos y más preguntas, que se extendieron durante días y días.
Dos opciones, y un cuadro mental de «pros» y «contras». Por un lado la posibilidad de vivir un verano hippie, en el sentido más vulgar del término. Días de playa, insolación, sin un centavo, siquiera para la yerba de los mates que podrían consolar la situación. Pero días de playa al fin, en donde se podría admirar cuerpos esbeltos con poca ropa, bañándose en el mar, practicando deportes de playa, y hasta tocando instrumentos con virtuosismo dudoso, pero no por eso habría de quitarles crédito a la felicidad pasajera que sus melodías brindarían.
En contraposición, el verano sacrificado, horas y horas de sonreír a los desagradecidos de los turistas, que poco les importa mi amable trato a la hora de compensar con la Propina (con mayúscula ella, como la Esperanza de una vida mejor).
Miles y miles de consejos de seres queridos, cada uno con su tesis sobre qué es lo que más le conviene a quien les habla, una joven marplatense y estudiante (condiciones a tener en cuenta). Y la indecisión, que seguía parada en el umbral de la puerta y no me dejaba salir, pero me intimidaba si quería quedarme. Compañeros, superiores, y hasta jefes intentando gestionar mi futuro, que al fin y al cabo, hay que aceptar, por el momento no está del todo en mis manos.
No gastar un centavo, por el simple hecho de no tenerlo, versus tener algunos pocos centavos y no gastarlos, por la Esperanza (de nuevo), de realizar dentro de poco ese viaje que añoro desde hace tiempo...

Resistir, resistir, R E S I S T I R...

PD: Sean buenitos, si los atienden bien, dejen propina. Y quizás, como dice Sabina, las camareras seamos cariñosas con los clientes.