25 de febrero de 2012

Pero nunca te dije que te quiero

Nos hicimos amigos, quizás porque ninguno de los dos entendía al amor. No entendíamos a los que se amaban, en otras partes de la ciudad. Nos hicimos amigos en la música, en el vino, en el cigarrillo. Nos hicimos amigos en el sexo, en el sueño, en la comida. Nos hicimos amigos en el vicio y en las historias, con sus mentiras y sus verdades. Nos mirábamos a los ojos, nos besábamos, nos abrazábamos, nos nombrábamos. Nos hicimos amigos.
Hablábamos del amor. Pero por mucho que habláramos, seguíamos sin entenderlo. No queríamos descifrarlo, tal vez porque verdaderamente no queríamos sentirlo. Se estaba bien así. Todo bastaba, no hacía falta nada más. Éramos dos soledades que no querían dejar de serlo, pero que se encontraban, quién sabe para qué. Hablábamos del amor.
Éramos momentos. Hablábamos de los ríos metafísicos, de que ninguno de los dos sabía nadarlos. No había envidia, no había celos, no había inventos. Había risas, había silencios. No había prejuicios, no había convenciones, no había protocolos. Éramos momentos.
Había tristezas y había miserias, pero no tenían dueño, eran pobres huérfanas que se revolcaban por el piso a nuestro alrededor. Pero mientras estábamos juntos, nadie las observaba a ellas. Nos hicimos amigos, hablábamos del amor, éramos momentos.