Era la esperanza de pieles bronceadas, música fuerte, alcohol fuerte, conversaciones vacías, experiencias vacías con gente vacía.
Y fue la soledad de los libros, la piel blanca como la de Morticia -así se atrevió a decirme un intrépido cliente, a riesgo de que queme el café de sus desayunos-, música repetitiva, una vida casi sana, por obligación, y no elección. Fue aprender, rendir, olvidar. Fueron días y días que se acumularon, parecidos entre sí, sin más emociones que algún que otro hecho significante, que entre los nervios de los exámenes, pasaron casi desapercibidos. Lo que debía ser euforia de noches de borrachera bailando hasta el amanecer, fue la euforia de la ansiedad en momentos de estrés, mediocres, para nada recordables.
Todavía quedan esperanzas, nada terminó aún salvo el calor, -que por cierto, siempre propicia cosas positivas-. Pero el frío que se asoma pide revancha, a nombre del 2013, que nos recuerda que recién empieza, y que no se va a terminar sin convertirse antes en lo suficientemente memorable.
¡Agárrense, el 2013 es un bad ass, y nosotras vamos tras él!